viernes, 27 de abril de 2012

Secretos de Café


Y descubrí mi adicción a la cafeína, pero qué mejor adicción que a la propia Coca-Cola (…) un vaso de esta gloriosa bebida, donde lentamente los hielos se derriten y las gotas caen en tu boca bajando por todo tu ser saciando esa necesidad de sed, aliviando la necesidad de consumo y siendo feliz.
Recordando viejas épocas de mi vida, llegue a recuerdos que había dejado atrás. Cuando pequeña mi papá todas las mañanas me despertaba, y siempre esperaba en mi cama sentada a que él me trajera una taza de café negro. Eso sucedió hace mucho y hace mucho consumía tanto esa bebida, que debió pasar otro tanto que la dejé; pero que hoy en día retomo mis hábitos “El ser humano tiende a repetir comportamientos”.
Un día en un café (digamos café, para seguir conectados al tema), apareció un hombre de esos que piden limosna, pero no era tan típico como todos y bueno hasta ninguno es igual al otro. Lo insólito de este, es que no engañó con cuál era el fin del dinero que recogía, lo aceptó: -Mire niña, esto no es ni para comida, ni beber un café, no tengo que sostener una familia, ni un perro ni nada, es para comprar droga. Soy mago, mire mi acto. Si ve niña. ¡Ahí desapareció!...  usted decide si me da algo o no. Sabe qué niña, “pille” y perdón señorita que use estas expresiones con usted, prometo hablar más decente. Le voy a contar una historia:
Todo lo que usted conoce, no es ni la quinta parte de lo que este mundo tan enorme guarda, a donde yo llego, ese lugar desconsolador, burdo y apartado de la sociedad, de esa sociedad donde ustedes toman café y hablan largas horas en la tarde, se esconde un lugar donde las reglas y leyes a las que ustedes están acostumbrados y como todos incumplimos, no hacen efecto dentro de la sombra. No tiene ni idea, el castigo que se impone por incumplir las reglas con las que se rige el lugar. Ahí si es donde la frase “con todo el peso de la ley” se cumple y no repara en consecuencias.
En ese lugar, todos viven en sana convivencia, bajo el dolor de cargar una vida desgraciada donde las comodidades a la que ustedes están acostumbradas no existen, pero donde se garantiza la vida de los que habitan allí, claro está siempre y cuando no violente la ley impuesta. Todos estamos protegidos por unos señores, hacen la vez de guardias que mantiene el lugar controlado, ninguno puede atentar contra otra persona dentro de esas instalaciones, todos comen por igual y ninguna forma de violencia debe existir. Los niños se cuidan y se protegen, y si, allí habitan niños; que no conocen lo que son teteros,  chupos, cunas, juguetes, ni mucho menos las inmensas comodidades a lo que sus niños están acostumbrados, pero al menos la vida de ellos está protegida. Y por último, a las mujeres no se les toca, se le respeta, así como nuestro padre nos enseñó, a la mujer ni con el pétalo de una rosa.
Pero si algún día un hombre, u otra persona llega a atentar contra algún miembro de nuestra “franquicia” (y no lo decía con todo el honor del mundo) las personas al mando la condenan, la llevan al último piso de uno de los edificios que rodean nuestro callejón de vida y cobran su acto con la misma vida que allí trata de sobresalir entre escombros, basuras y ratas. Luego despedazan el cuerpo y así mismo es comida para nosotros los sobrevivientes, los huesos nos sirven para aliviar el contacto con esta realidad y drogar apaciguando el dolor de estar sometidos a ese brillo de luz. La vida de ese victimario, muchas veces es la calma de nuestra hambre y la droga de nuestro cuerpo, quizás esa sea la mejor  forma para pagar la deuda del acto que realizó y el haber vivido en ese lugar. Mientras tanto, nosotros somos infelices caníbales que tratamos de sobrevivir con lo que hay, “el más fuerte sobrevive”
Entrar a ese lugar es mucho más fácil que salir, pues para salir se debe hacer o con los pies por delante (muerto), ser un buen aliado de los “jefes”, o quizás ver la luz en el “gobierno” (qué cómica es esta vida) pues ellos mandan grupos de ayuda para recuperar a unos pocos, el cupo es muy limitado para el montón de personas que habitan ese lugar. Eso sí, así como muchos quieren sobresalir otros no ven más allá, y solo se limitan a vivir el día y la noche, el sol y la luna, la rutina del pasar de las horas,  anhelando que en algún momento jamás vuelvan a abrir los ojos y que si hay vida más allá no sigan en los mismos hábitos, siendo consumidos por sí mismos en el abismo de la droga...

Mientras tanto, yo quedaba asombrada con todo lo que este señor me decía y como siempre que escucho algo interesante, prestaba toda la atención al momento y a la persona.

Y mire señorita- proseguía- todos los que habitamos en las calles, tenemos una historia distinta que contar (imaginé las miles y miles de historias con las cuales podría pasar miles y miles de minutos escuchando, pero bueno quizás sea de esos sueños que jamás se cumplirán)... y mire señorita, ninguna de esas personas o al menos las que yo conozco, vive en las calles por pleno gusto. Obviamente nosotros fuimos los actores de esa decisión, pero los miles de sucesos ayudaron a esa elección. Mi historia, usted no me va a creer, mi papá es una persona con mucho dinero, que habita en el norte de la ciudad. Una vez me llevó a la clínica… (Una de las clínicas más importantes en rehabilitación) para que me ayudaran, yo era un militar, uno de los cargos más dignos de honor para la sociedad, pero mi vida cambio cuando comencé a consumir, y ¿sabe qué es lo más duro?… que caí en eso porque me di cuenta que mi esposa, la mujer que más amaba en el mundo, por la que mis ojos brillaban día y noche, me era infiel con mi propio hermano. Luego, de un tiempo, en el que mi papá me ayudó a salir de eso y mi proceso avanzaba cada vez más hacia la recuperación, llegué a la casa, emocionado a ver a mi familia (incluyendo a mi esposa, pues el amor muchas veces hace que el perdón nazca del corazón y la felicidad siga cada vez más radiante), subí las escaleras por las que desde pequeño jugaba junto a mis hermanos, aquellas escaleras que guardaba en cada escalón los secretos de las miles de prendas que pasaron por ellas, llegue al frente de la puerta de la habitación donde descansaba junto a mi esposa cada noche en las que no me era infiel, gire la perilla, y allí estaba ella, gimiendo al goce y éxtasis que mi propio padre le hacía sentir. Y sabe señorita, no fui capaz de coger el arma que escondía en la mesa de noche, debajo de las revistas donde se atacaba al país por narcotráfico. Tan solo huí del lugar, perplejo (…) mi propia esposa, con mi hermano y ahora mi padre también “Todo quedó en familia”  por eso recaí en el mundo sin fin, donde la droga es el único “amor” que buscamos día y noche para reparar el dolor que nos produce el saber que estamos en ese lugar, acuérdese señorita, el mundo dentro del mundo que usted no conoce...
Es impresionante como una persona pueda razonar de la forma como esa tarde lo hizo ese señor, inusual ser que se acercó por una moneda y terminó contándome parte de su vida y muchas cosas más que para mí deleite jamás sabrán, rara vez llegamos a comprender lo inteligentes que son esas personas que mendigan en las calles, muchos de nosotros pensamos que por ser drogadictos, habitantes de la fría acera y el duro cemento, no alcanzan a comprender las miles de caras de la sociedad y si, quizás por su estado se pierden de mucho, pero quizás si su vida fuera otra serian parte de las grandes y honorables personas de la nación; quizás estuvieran en los seres que ayudan a cambiar esta sociedad. Aunque (…)  viéndolo desde otro punto,  quizás su estado los ha excluido (por fortuna) de ser parte de los hombres y mujeres corrompidos, deshonestos, ladrones de cuello y cara blanca que habitan en el mundo que aún no conocemos completamente y que a pesar de que no son los drogadictos (señalando a cada uno), su alma y corazón se parece de muchas maneras a ese lugar al que ellos llaman: la sombra.



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