Es irónico el momento en el que decidimos dejar atrás lo que
alguna vez fue ¿por qué?, por eso mismo, porque generaba tanta emoción y
pasión, entonces ¿por qué dejarlo? Pero bueno, me estoy sesgando a un
punto de la situación, con el que muchas personas se atan y no sueltan, y sí,
terminan haciéndose más daño.
He empezado a
creer que el ser humano encuentra algo de satisfacción en herirse a si
mismo… aunque deberían explorar el cariño, autovivencia, autoexploración de su
PROPIO SER, eso sí que da más y mejor placer. Pero bueno, esto es entrar
a un punto donde muchos rehúsan el contacto ¿quererme a mí mismo? ¿Pasar un
tiempo conmigo mismo? ¿Conocer lo que me gusta,
lo que quiero, lo que toco, lo que
huelo? ¿Darme placer? ¿Para qué?, ¡si me lo puede dar otro!... y ahí caemos en
el error de siempre esperar que el otro solucione los problemas, que el otro
supla mis vacíos, que el otro me quiera como yo no puedo. Y muchas veces ese
otro, anda por la vida, esperando que seas tú la/el que supla sus necesidades; y muchas veces
cuando estas con ese otro, se abandona el sentido de la relación; y muchas
veces cuando estas con ese otro te abandonas a ti mismo.
…Te amo… le decía ella sin consuelo, TE AMO, gritaba más
fuerte pero solo escuchaba el eco del sitio… te amo… y lo miraba cada vez más
penetrante… Te amo, y su rostro iba dibujando la rabia y frustración del
momento… te amo…
Él no vacilaba ni una gota de palabra, ni una gota de
emoción, pelear con un estado plano es quizás la peor de las cosas… escuchaba:
“te amo… te amo… te amo, te amo… te amo”
¡Qué vacío resulta tu sentir!- Fue lo único que sobresalió
de su boca; agarró sus cosas, le dio un beso en la frente, le prometió que se encontrarían al día
siguiente y se fue.
Ella logró consolarse con esa acción…
Al día siguiente, la cita no fue cumplida. Ella entró en
desesperación, uno a uno aparecían los pensamientos y las imágenes sobre lo que
podría estar pasando en ese momento con él… y era lógico, estaba con otra,
estaba con muchas… Sin embargo, nunca pudo saber la verdad del momento, sus
ojos no vieron, en sí no supo, no vivió para darse cuenta de quién era aquel al
que tanto de boca para fuera decía que amaba.
Estando en casa, bajó al primer piso, giró a la izquierda,
abrió el cajón donde su padre guardaba los utensilios de cocina, agarró el
cuchillo favorito de su padre, corrió a su habitación… miró hacía la ventana
(debía ser toda una obra de arte, su amor no era en vano) y finalmente, sus
labios pronunciaron las últimas palabras al son que el filo se introducía en su
pecho, “te amo… te amo… te amo, te amo… te am…” Cinco… y la muerte llegó.
Quizás murió feliz
pero en ese punto donde los extremos hacen daño… quizás, su amor estaba
lejos de los límites que se había marcado, quizás fue mejor que sucediera así
para que no desdibujara la idealización que había creado, quizás era una muerte
anunciada que tarde o temprano sucedería por el hecho de andar convencida de
que sabía lo que pensaba, lo que sentía, lo que haría ese otro, ese que siempre
nos rodea… y ser una más, uno más, de los que construyen el lema de que contigo
hasta la muerte o hasta mi muerte.