Y me senté a escribir, bueno literalmente
andaba tirada en la cama como muchos de los días porque ¡hombre! lo más
grandioso del mundo es estar echada en la cama, mirar al techo y rascarse la
panza; andaba en esas y quise escribir pero como muchas de las veces no tengo
ni puta idea que hacer, tan solo habita en mí esas ganas insaciables de
escribirte.
Creo que mis palabras al fin y al
cabo jamás podrán mostrar lo que me haces sentir, sensación interna que (¡por
Dios!) me genera tanto placer, me llena de (llamémoslo) bienestar interno que
hace que mis labios sonrían cada vez que te pienso.
Creo en tus palabras y lo sé,
he de entregarme a la ley por eso. Creo en tus labios, en que son tus besos los
mejores de mi vida, la experiencia que cobra sentido hasta el día en que parta
y el mundo continúe.
Creo en tu mirada, aquella que
me desvela diariamente. Veo en tus ojos el reflejo de un mar de sentimientos
que van dirigidos a mi ser; soy de las que evita ver fijamente a los ojos pero es
tu mirada hipnotizante la que genera la sensación de que puedo morir en paz.
Creo en tu tacto, aquel que
recorre rincón a rincón mi cuerpo, descubriendo la danza que se recrea al son
de tus manos.
Creo en todo lo que eres.
Creo en todo lo que haces.
Creo en todo lo que dices… me
estoy sentenciando a ti.