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Era una
pareja amorosa; vivían juntos hace 5 años después de un largo noviazgo, cada
vez que abrían sus ojos se contemplaban mutuamente, el brillo de sus ojos nunca
era igual.
Él
hallaba en ella la perfección hecha carne, ella veía el ser que siempre quiso a
su lado. Juntos felices con el otro, nada más le pedían al mundo… o bueno, que
el amor siguiera entre ellos hasta el fin de sus días.
Y sí, en
resumidas palabras era una relación empalagosamente cursi, de esas que rara vez
-¡no!- permito corregirme, que frecuentemente vemos en las calles y en los
parques (más que todo allí), pero lo que los diferenciaba era que en su corazón
(significativamente) y que en su mente abundaba la felicidad de estar uno junto
al otro. Sus caricias, cuchicheos, diminutivos, bobadas, eran sentidas desde el
fondo de su ser y la superficie de sus tripas. Un amor tan incomprendido y
repugnante para muchos, pero como ninguno es igual al otro y entre gustos no
hay disgustos… cada quien siente como quiere sentir.
Mateo
veía por los ojos de Adriana, Adriana veía por los ojos de Mateo (en verdad no
se daban cuenta que cada uno tenía sus propios ojos, ¡pero que se le hace!) sus
planes los unían, trabajaban para construir un futuro juntos, para ir a viajar,
tener hijos, dos perros, etc. ¡que hermosura!... Adriana creía en los cuentos
de hadas y Mateo cumplía sus caprichos, era ese príncipe azul que muchas
quieren, pero que las que lo desean no lo obtienen.
Un día en
aquella cama que guardaba los sueños de esta pareja, Mateo abrió sus ojos para
contemplar como todas las mañanas el sueño de Adriana y como todas las mañanas
esperó hasta que ella abriera sus ojos, ver aquel brillo, sonreír, dar el beso
de buenos días y levantarse de la cama. Pero, como dice la anciana experta, nunca
sabemos lo que va a pasar en el tiempo. Mateo abrió sus ojos, la contempló…
Adriana dormía tan plácidamente que Mateo sintió envidia de ese sueño… ¿Qué
carajo estás soñando?, ¿Qué sueños estas dejando de compartir conmigo?...
Adriana despertó al escuchar esta voz jamás conocida, una voz que provenía de
al lado de su cama, una voz molesta… ¿pero qué cosas dices? ¡Porque me hablas
de tal forma, no me dejas estar en mi comodidad!- expresó enojada.
Mateo
mirándola fijamente con una mirada que solo brotaba malestar, solo pudo
pronunciar una palabra: ¡ilógico!
Adriana
desconcertada se levantó apresurada, aun andaba medio dormida y por eso no
entendía nada, lo único que hizo fue reprocharle a grito entero la “hermosa”
manera en que él la había despertado. Mateo por su parte, no sabía ni que
decirle. Es que jamás habían peleado, y ahora las únicas palabras que expresaba
eran cosita, amor, corazón, aichh, acuchu; imaginémonos una discusión con estas
empalagosas palabras… simplemente perdió la pelea.
Ese día
el brillo de sus ojos no deslumbró.
Después
de la cirquera discusión, la casa quedó sola y el silencio abundó… juntos se
habían marchado a sus respectivos trabajos y solo se volverían a ver a las 6 de
la tarde.
6 en
punto y el reloj sonó marcando la hora, Mateo entró animado y contento a la
casa, esperaba encontrar a su amada en la cama recostada aguardando su llegada…
subió las escaleras y se dirigió a la alcoba. – Amorsh perdóname, mira lo que
te traje, dijo con estúpido sonido y una cara de bobo que no podía con ella…
Retiró el enorme ramo de rosas de su cara y vio que ella no estaba como siempre
aguardando a su llegada. Bajó la cabeza, se sentía triste porque ella no estaba
allí como lo había imaginado, volvió a recobrar el entusiasmo y se dirigió a
buscarla por toda la casa, fue a la cocina, al patio, miró cauteloso en todos
los baños, en las habitaciones y se dirigió al cuarto de ropas, era la segunda
habitación preferida de los dos porque tenía una temática estilo puerta china
(japonesa) donde se podía ver la sombra del otro.
Caminó
con una gran sonrisa en la boca, iba a ver a la mujer de su vida. De repente se
detuvo, las lágrimas de sus ojos empezaron a brotar, esa imagen que observaba
rompía su corazón, su alma, su ser… no podía ser posible, ella… ella...
Como la
puerta era de esas en la que puedes ver la sombra de la persona que está en la
habitación, se pudo resolver el suceso antes de ser visto como tal. Mateo había
visto la sombra de su mujer, la sombra de una mujer colgada desde el techo, la
sombra de una mujer muerta. Fría sombra, fría imagen, frío evento que
jamás pensó vivir. El amor de su vida se había suicidado y todo por culpa de
él, por haber reprochado el sueño que no compartió con él… que ser tan
miserable, impedir desarrollar un sueño y es que ni él mismo sabía porque lo
había hecho…
Ahora su
mujer no estaba, sus planes no se cumplirían, sus hijos no nacerían, no habría
familia, viajes, final feliz, ni habría perro que les ladrara... y sin más,
Mateo bajó presuroso a la cocina, lloraba ahogadamente. El vacío en su pecho
cada vez dominaba más su ser, y es que sin ella él no tenía sentido. Agarró el
cuchillo preferido de los dos, ese que corta hasta una tabla, lo paso
crudamente por su muñeca derecha pues no pudo andar por el camino de la vida junto
a ella; luego lo enterró en su corazón pues no pudo cumplir con toda la
realización de su amor… y así finalmente murió.
Pasaron
las horas, las 7:45 pm… Adriana se había tardado en llegar porque fue a comprar
el vino favorito de Mateo… Amorshh! Perdóname he llegado tarde pero hay algo
que quiero decirte- decía mientras subía las escaleras… rápidamente se dirigió
hacia su alcoba pero no lo encontró, pasó a ver el cuarto de ropas pues la
sombra que reflejaba la puerta le llamó la atención, abrió la puerta y recordó
que había colgado la mesa de planchar en forma vertical para que no ocupara
demasiado espacio; se rió, pues desde lejos parecía que hubiera una persona
colgada. Bajó hacia la cocina, pues aunque no lo había escuchado al entrar,
sabía que él estaría comiendo dulcecitos sentado en la mesa… ¡Amorsshh! No te
escondas- gritaba con esa voz caramelosa… Ingenua creía que su amor estaba
jugando a las escondidas y que saldría a darle ese beso que no se dieron en la
mañana (…)
Mateooo!-
Gritó desesperada, Mateooo!